Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Los dos iban corriendo juntos; pero el otro corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro. Se agachó a mirar, y vio allí las vendas, pero no entró. Detrás de él llegó Simón Pedro, y entró en el sepulcro. Él también vio allí las vendas; y además vio que la tela que había servido para envolver la cabeza de Jesús no estaba junto a las vendas, sino enrollada y puesta aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio lo que había pasado, y creyó. Pues todavía no habían entendido lo que dice la Escritura, que él tenía que resucitar.
San Juan 20:3-9
En pocos días, daremos los últimos pasos en la ardua jornada siguiendo el sendero de Jesús. Los días más oscuros en este caminar nos esperan justo por delante – el escarnio, el juicio, la ansiedad, el dolor, el sufrimiento, la traición, el duro madero de la cruz y la oscuridad de la tumba.
Nos hemos preparado durante Semana Santa esperando, meditando y orando. Hemos ordenado nuestras mentes y hemos preparado nuestros corazones, no solo para el dolor, sino también para que podamos recibir su gloria. Estando a los pies de la cruz es que sabemos del profundo amor de Dios y su sacrificio por toda la creación, y es ante la tumba vacía que nos damos cuenta de la amplia extensión de la promesa de Dios y de la obra de reconciliación.
La resurrección es la base de nuestra fe y es el fundamento de la proclamación del Evangelio. Es nuestra esperanza de vida en este mundo y el siguiente. Su gozo es vital en nosotros como lo son los latidos del corazón en nuestro pecho. Deleitémonos en el misterio, alegrándonos del triunfo, compartamos con regocijo y entusiasmo esta noticia milagrosa. Que nuestro deleite sea correr para presenciar y ser testigos del milagro de ver la piedra removida. Cristo ha resucitado, la tumba está vacía, y la muerte ha sido conquistada.
No podemos quedarnos con la gran noticia entre nosotros. La celebración de esta Pascua de Resurrección no puede quedarse sólo como algo colectivo, debemos extender la invitación. Trae a alguien contigo, a una persona que no ha escuchado las Buenas Nuevas, a aquella persona que ha dejado de ir a la Iglesia por cualquiera que sea el motivo, trae a alguien que ahora más que nunca necesite conocer del amor de Jesucristo. Oremos por ello, y hagámoslo. Como cristianos estamos llamados a evangelizar. Tu invitación cambiará las vidas de estas personas, pero también profundizarás en tu propio sendero hacia el corazón de Cristo resucitado.
Tu hermano en Cristo,
Bishop Daniel
XVI Bishop of The Episcopal Diocese of Pennsylvania